Brexit, Flexit y los hombres grises

A Londres nunca le gustó ese traje llamado Comunidad Europea. Nunca entendí bien por qué entró al club, dada su mayor afinidad con Estados Unidos y sus antiguas colonias.

  • viernes, 01 de julio de 2016 00:00
  •     
        

Algo conozco a los ingleses. Acuérdense que ayudé a la Reina Ana de Austria a tener una cita secreta con el Duque de Buckingham en el Louvre, fui a Inglaterra en una misión reservada a negociar con el líder de la oposición contra el Rey Carlos I, y también el señor Dumas me hizo participar en la restauración de la monarquía británica, cuyo éxito terminó en la coronación de Carlos II como Rey de Inglaterra. Todas estas aventuras no estuvieron exentas de riesgos, pero me permitieron practicar mi inglés y conocer mejor a estos larguiruchos y estilosos isleños.

Nuestros históricos rivales no tienen el refinamiento ni el glamour francés; no tienen el vino ni el paladar galo. Pero hay que reconocer –y por ello me saco el sombrero- que estos norteños son bastante pragmáticos para sus cosas. Y eficientes. Por historia y geografía, se han caracterizado por ser más abiertos, libres y flexibles que cualquiera de las grandes naciones del continente, incluida mi amada Francia. Apertura que abarca el ámbito económico, político y social. Londres es más cosmopolita que Paris o Berlín. Pero una cosa es la tolerancia y otra muy distinta es que acepten medidas –buenas y malas- impuestas por la burocracia de Bruselas (o mejor dicho, por Berlín). A Londres nunca le gustó ese traje llamado Comunidad Europea. Nunca entendí bien por qué entró al club, dada su mayor afinidad con Estados Unidos y sus antiguas colonias. ¿Qué ganaba realmente, versus la mochila impuesta? De hecho, estaban medio metidos no más, sin someterse al yugo del euro, que gobierna de chincol a jote, desde los trabajadores germanos hasta los más relajados griegos y los que practican la dolce far niente. En términos de flexibilidad, el Brexit confirma que es mejor estar apartado. Se trata de libertad. O, para aplacar el orgullo de mis compatriotas, liberté. ¿Acaso no es ese uno de los pilares de nuestro lema francés? Casi todos los comentarios de los más avanzados en las especies de los homo economicus y los homo politicus, tanto antes como después del referéndum, han sido en contra del Brexit. ¿Por qué hablan sólo de lo malo que supuestamente va a pasar? Malos datos, malas estadísticas, malos análisis. Hasta el Economist se me cayó en esta pasada, y eso que es inglés. Los hombres grises han sembrado el pánico (otra vez) y dicen que el invierno se acerca. Incluso se ha llegado a hablar que el Brexit es un atentado a la globalización y que ha primado el sentimiento nacionalista. Se dice que los ingleses se aislarán por completo y que en dicho anhelo egoísta ya no tomarán más vino ni comerán frutas. En una de esas hasta el idioma inglés va a perder importancia. ¿Una nueva versión del Anarchy in the U.K.? A ese nivel ha caído el análisis, centrado en una mirada de una economía de mercancías y sus registros en códice. No cachan que el mundo cambió; la economía es más que “la comunidad del carbón y del acero”, semilla de la actual unión europea. ¿Atentado contra la globalización? ¿No será exactamente al revés? Capaz que los ingleses pongan arancel cero unilateral de un paraguazo. Porque tontos no son. Serán medio fríos e impasibles, pero ingenuos no. ¿Atentado contra los inmigrantes? Mis compatriotas franceses, y también los alemanes, españoles e italianos deberían reconocer que no son los mejores exponentes en abrir sus fronteras de par en par, sin condiciones ni prejuicios. En lo que se refiere a una sociedad más integradora, es Inglaterra la que ha dado clase al resto de Europa y no al revés. El Brexit es en realidad Flexit (y no me refiero a las palmetas de piso vinílico). Mayor flexibilidad para aliarse con todo el mundo, sin depender de la burocracia de un circuito cerrado ni de las trabas impuestas por los hombres grises. Se trata de la cualidad suprema que demanda el mundo moderno, donde la tecnología acorta las distancias. Nunca antes Chile estuvo más cerca de Inglaterra que de varios de nuestros vecinos, y eso a pesar de todos los pastelazos que nos hemos mandado, que no han sido pocos. El Brexit es también una señal para Francia y especialmente para Alemania, los principales sostenedores del bloque. Si no reaccionan y avanzan más rápido hacia la modernidad, destrabando la maquinaria europea siendo más abiertos y liberales, capaz que los países más afines a Inglaterra hagan lo mismo… y también tendrán serias manifestaciones en los Elíseos y en la Puerta de Brandeburgo; el club de golf se transformaría en el club de la payaya ¿Hasta cuándo seguirán con el experimento, que muchas veces termina en que ustedes tengan que abrir la billetera sin las debidas, como decirlo elegantemente, contraprestaciones? Los hombres grises han sembrado pánico innecesario. Y como todavía hay algunos crédulos (yo ya no les creo ni lo que rezan), el único peligro es que el pánico puede afectar al sector real de la economía. Ya nos pasó con la crisis subprime. Afortunadamente, en este caso, no va a pasar más allá de algunas turbulencias menores de corto plazo producto de la incertidumbre que produce la nueva adaptación. Porque, tengámoslo claro, buenas políticas traen buenos resultados. Y el Brexit es una buena política para Inglaterra; para el resto de Europa, ciertamente es una gran pérdida la salida de este aliado tan potente… y, además, desequilibrante, pero está en sus manos ponerse las pilas y hacer que este impacto sea en definitiva un shock positivo. Finalmente, una reflexión: si Chile pudiera reemplazar la 29° estrella de la comunidad europea, ¿se pondría esa camisa de once varas?